
El trabajo terapéutico con una perspectiva sistémica puede ser útil para individuos, parejas, familias u otros grupos sociales. Independientemente de la cantidad de personas en la terapia, se trabaja a partir del contexto social en el cual están insertas las personas, sus relaciones significativas y las repercusiones que puedan tener. El problema no se considera como propio de la mente o como característica de la persona, sino se entiende como problema en la comunicación y relación dentro del sistema de personas importantes. Esto ayuda a evitar etiquetar y patologizar al individuo (la depresiva, el neurótico, etc.) y aumenta el campo de acción para mejorar la situación. Problemas o síntomas del individuo son señal de que algo no está funcionando bien en el sistema entero. La terapia sistémica entiende los problemas del individuo siempre en relación con los diferentes contextos en los cuales vive y se desenvuelve: por ejemplo, como parte de una pareja, como hij@, como madre/padre, como amig@. Sin embargo no solamente se toma en cuenta las relaciones más estrechas de la persona, sino también se considera importante entender las circunstancias socio-económicas y los procesos políticos, así como el trasfondo cultural, religioso y comunitario; para poder comprender el estado emocional y psicológico del individuo. Estos factores influyen directamente sobre cómo comprehendamos y signifiquemos las distintas situaciones de nuestra vida, aunque muchas veces no estamos conscientes de ello. (p. ej. una situación puede ser vivida muy distinta para un hombre que para una mujer, para una persona con muchos recursos económicos o para una persona con escasos recursos, para una persona que tiene creencias religiosas determinadas o para una persona atea). La participación de personas significativas del entorno familiar y social puede ayudar a entender los problemas en su contexto y nos da un campo de acción mucho más amplio (por donde atacar el problema). Esta participación puede ser de forma real (participación de las personas en las sesiones terapéuticas) o de manera simbólica (incluir las voces de las personas significativas en la conversación terapéutica). La perspectiva sistémica en general ofrece una visión que promueve la tolerancia ya que cuestiona normas sociales basadas en etiquetas diádicas (bueno/malo; correcto/incorrecto, verdadero/falso, etc.) e invita a revisar nuestras creencias construidos socialmente que pueden alimentar a la situación problemática.
La filosofía postmoderna ha cambiado cómo pensamos la realidad hoy en día. Mientras que en la modernidad se pensaba que existe una realidad única y verdadera que se tenía que descubrir, hoy se piensa que la realidad está construida por cada observador. El ser humano no interioriza la realidad tal cual se da en el externo; sino interpreta, interactúa y construye relatos y sentidos sobre el funcionamiento del mundo. Por lo tanto existe una multiplicidad de maneras de explicar una misma cosa. Todas estas formas tienen su validez local y no hay una manera de entender la realidad más válida y correcta que tenga el poder de anular las otras. El pensador Alfred Korzybsky hablaba de la distinción entre el mapa (lo que tenemos en mente sobre una cosa) y el territorio (la cosa en sí). Por ejemplo, no podemos imaginarnos el océano con todo detalle, pero todos tenemos abstracciones e imágenes mentales sobre qué es el océano. Esto lo que imaginamos es nuestro mapa. Hay muchos mapas posibles que puedan representar una misma área, y aunque su utilización nos pueda resultar práctica, eso no significa que conozcamos el territorio en sí. Sin embargo podemos observar y experimentar de nuevas formas el océano, ya sea por nadar en él, por viajar en barco, por leer sobre él en revistas, por interesarse en su flora y fauna. Hay muchas formas en la cual nos podemos acercar al territorio, lo cual cambiará nuestro mapa. Esto es lo que esencialmente abre oportunidades en la terapia. En el diálogo se encuentran nuevas formas de concebir el mapa sobre algún problema. A partir de la conversación se encuentran nuevas formas de definir y describir nuestras vidas, quiénes somos, y qué deseamos y de esta manera se abren nuevas posibilidades de actuar y sentir. En contraste con los enfoques terapéuticos modernos, el cliente no es considerado un sujeto que solamente aporta información para que el terapeuta pueda generar un diagnóstico, sino es un agente activo que co-construye, co-diseña y se co-responsabiliza del espacio terapéutico.
Como indica el nombre, la terapia es vista como un proceso de colaboración. El cliente y el terapeuta generan una sociedad dialógica donde se da un intercambio de preguntas, opiniones, ideas y significados. El cliente y el terapeuta son compañeros o socios en la conversación para construir soluciones. Para estas conversaciones el consultante siempre se considera el experto en su propia vida, que decide qué es importante de abordar, qué le es útil en terapia y hacía dónde quiere llegar. Asimismo, el cliente es quien define el objetivo de la terapia y cuándo éste se ha alcanzado. El terapeuta se puede considerar como un experto en la conversación, cuya presencia facilita llegar a diálogos novedosos que llevan a nuevas posibilidades. Sin embargo el terapeuta jamás se definirá como experto o especialista en la vida del otro.
En este enfoque el cliente no es un sujeto que solamente aporta información para que el terapeuta pueda generar un diagnóstico, sino es un agente activo que co-construye el espacio terapéutico.
NUESTRAS HISTORIAS Como seres humanos, interpretamos y le damos significado a las experiencias de nuestra vida. Buscamos explicar los sucesos y así dar sentido a nuestras historias y narraciones que contaremos. Todos tenemos muchas historias acerca de relaciones, personas y sucesos importantes en nuestra vida. Contamos historias acerca de nosotros que describen nuestras habilidades, dificultades, valores, acciones, deseos, éxitos, fracasos y muchos otros aspectos. Somos constantes creadores de narraciones. Sin embargo, estas narraciones contadas no reflejan la experiencia vivida, ya que sería imposible contarlo “todo”. Por ello escogemos en qué poner atención, qué contar y qué tiene importancia. Estas historias que repetimos muchas veces se vuelven parte de nosotros y influyen directamente en lo que sentimos como nuestra identidad. HISTORIAS DOMINANTES Y HISTORIAS ALTERNATIVAS Las historias a las cuales les damos mayor peso, se vuelven “historias dominantes” en nuestra vida. Sin embargo, los relatos dominantes no abarcan la realidad y hay muchos otros que pueden hablar de nuestra vida (historias alternas. Los seres humanos, como agentes creadores de narraciones, vivimos la vida a través de varias historias que se pueden contradecir entre sí. Aceptando la complejidad de la vida, podemos decir que a veces preferimos una narración (o identidad) de nosotros mismos para ciertos contextos y una diferente para otros. Mientras ninguna narración tenga el poder de suprimir totalmente a las otras, tenemos muchas posibilidades de contarnos, definirnos y vivirnos. Cuando un problema parece sofocar nuestra vida, generalmente hay una historia dominante alrededor de este problema que se vuelve poderoso al definir cómo nos sentimos y describimos, opacando todas las otros relatos alternos que configuran nuestra vida. LA TERAPIA NARRATIVA En la Terapia Narrativa se asume la posibilidad de narrar una experiencia de muchas maneras distintas que generan necesariamente varias experiencias donde antes sólo parecía existir una. El cliente (o co-autor) y el terapeuta trabajan en conjunto para tejer de forma más rica y útil las historias de vida. Las vivencias del cliente son recontadas desde distintos ángulos y descripciones ricas, para que de este modo surjan las historias alternas. La gama de narraciones de nuestra vida nos posibilita tener una variedad de maneras de vivirnos, proyectarnos hacía el futuro y no limitar nuestra forma de percibir a la realidad por medio del problema. De esta forma, ante situaciones que parecían tener una o ninguna salida, surgen nuevos y diversos caminos.